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Utopía
Libro

Utopía

Löwen, 1516 más...

Clásico de la literatura


De qué se trata

Sociedad ideal y Estado ideal

¿Puede haber un Estado justo que permita que todos vivan felices y bien atendidos? Esta pregunta inquietaba a Tomás Moro. Vivía en la Inglaterra del siglo XVI, en la época del Renacimiento, la Reforma y las guerras de religión, en la que las noticias de las zonas del mundo recién descubiertas constantemente llegaban a Europa. En este contexto surge Utopía. La obra es un recuento de un viaje supuestamente verdadero de un navegante que afirma haber visto un Estado ideal en una isla en algún lugar más allá del ecuador. Moro discute con él: ¿debe haber propiedad privada? ¿Es buena la igualdad social? ¿Puede una sociedad generar suficientes bienes si nadie ambiciona obtener ganancias? ¿Hay un jefe de Estado bueno y justo que no urda guerras por intereses personales ni exprima a sus súbditos? Las preguntas muestran que la Utopía de Moro es asombrosamente moderna. De hecho, muchas de las ideas son prematuramente socialistas, incluso comunistas, 300 años antes de Karl Marx. Y se sigue discutiendo si la propiedad privada es una suerte o una desgracia para la sociedad. Otro de los méritos del texto es que creó el género literario de la utopía.

Resumen

Prefacio a un informe supuestamente verdadero sobre la isla de Utopía

En una carta a Peter Gilles, secretario municipal de la ciudad de Amberes, Tomás Moro escribe que le está enviando la transcripción del recuento oral del viaje de Rafael Hitlodeo al Estado de Utopía. Puesto que Gilles también había escuchado su relato, le gustaría que verificara que el informe esté completo. Lamentablemente, él, Moro, omitió preguntarle a Hitlodeo en qué mar estaba ubicada la isla de Utopía; tal vez Gilles podría recuperar el dato. Moro sigue dudando si debería publicarse el informe: es posible que el libro no les guste a las personas, que no toleren su gracia, ingenio y burla; tal vez resulte demasiado difícil para los incultos y demasiado trivial para los eruditos. Gilles podría aconsejarlo sobre la cuestión de si debería publicarlo o no.

Sobre la dificultad de hacer política justa

Moro relata una misión diplomática en Flandes que el rey inglés Enrique VIII encargó. Allí Peter Gilles le presenta a Rafael Hitlodeo, un portugués que ha viajado a territorios inexplorados con...

Sobre el autor

Tomás Moro nació en 1478 como hijo de un respetado juez de Londres e hizo una impresionante carrera jurídica que lo llevó a la corte del rey Enrique VIII. De niño se educó durante un tiempo en la corte del arzobispo John Morton de Canterbury. Estudió en Oxford y se convirtió en miembro de la cámara baja en 1504. En 1518 el rey lo llama a la corte como consejero. En 1523 se convirtió en orador de la cámara baja y, finalmente, en 1529 fue designado Lord Canciller. Enrique VIII envió al extranjero al talentoso jurista en delicadas misiones diplomáticas que llevó a cabo con éxito. Para gran disgusto de su padre, Moro mostró muy pronto inclinaciones literarias y escribió epigramas (poemas ingeniosos y satíricos). Conocía a los clásicos latinos y griegos y participó en el discurso filosófico del Renacimiento y el humanismo. A ello también contribuyó su estrecha amistad con Erasmo de Rotterdam, quien elogiaba a Moro como una persona extraordinaria que hacía todo por sus amigos. Moro era católico y, cuando era adolescente, consideró durante mucho tiempo convertirse en sacerdote. Pero después se decidió por la vida secular, se casó y luego una segunda vez después de la muerte de su esposa, y tuvo hijos. Permaneció fiel a la fe y a la Iglesia; se consideraba un siervo de Dios y del papa, lo que provocó un desacuerdo con Enrique VIII, que exigía la sumisión de la Iglesia a la corona y, para él, la decisión final en materia de fe, colocándose así por encima del papa. Moro se negó a seguir a su rey y renunció a su cargo. Enrique lo enjuició por alta traición y lo mandó decapitar en 1535. La Iglesia católica beatificó a Moro en 1886 y lo santificó en 1935 como a alguien que se opuso a la intromisión del Estado en los asuntos de la Iglesia y murió por ello. En el año 2000, el papa Juan Pablo II lo proclamó “santo patrón de los políticos y los gobernantes”.


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