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Crítica de la razón práctica

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Crítica de la razón práctica

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La segunda crítica de Kant contiene el famoso imperativo categórico: actúa de modo tal que la máxima de tu voluntad pueda ser considerada siempre como principio para una ley de validez universal.


Clásico de la literatura

  • Filosofía
  • Ilustración

De qué se trata

La filosofía moral de Immanuel Kant

¿Cuáles son los fundamentos éticos para nuestras acciones? ¿Qué debemos hacer o dejar de hacer? ¿Qué principios debemos elegir los hombres –en tanto seres dotados de razón– como medida moral? Estas eran las preguntas que se formulaba la Ilustración (siglos XVII y XVIII) y que los pensadores progresistas ya no querían dejar exclusivamente en manos de la religión. En su libro Crítica de la razón práctica, Immanuel Kant, el filósofo más importante de la Ilustración alemana, se dedica a responder de manera sistemática la pregunta acerca de los fundamentos éticos de nuestras acciones, siguiendo para ello el lema “ten el valor de hacer uso de tu propia razón”. Llega a la conclusión de que podemos liberar nuestros juicios y acciones morales de la influencia del mundo subjetivo de los sentidos si hacemos uso de la razón. Nuestra razón nos muestra el principio, sin importar las condiciones especiales en las que nos encontremos, que es el requisito necesario para todos nuestros deseos y acciones morales: el imperativo categórico. Los críticos recriminaron a Kant el no considerar que las emociones positivas, como el amor o la compasión, también constituyen una motivación para las acciones morales. Además, consideraban que en la aplicación práctica de la ley de Kant no quedaba espacio alguno para la individualidad. A pesar de ello, la obra de Kant sigue siendo una de las más relevantes en el campo de la ética.

Ideas fundamentales

  • La Crítica de la razón práctica contiene la ética (es decir, la filosofía moral) de Kant y es una obra clave en la historia de la filosofía.
  • La ley moral de Kant, el imperativo categórico, es una de las fórmulas más famosas de la filosofía.
  • La obra intenta responder la pregunta seminal del hombre: ¿Qué debo hacer?
  • La ley moral solo puede ser determinada por la razón pura, sin que intervengan las necesidades e inclinaciones subjetivas.
  • La forma más elevada de moralidad es la buena voluntad, es decir, una voluntad cuya determinación radica exclusivamente en la ley moral objetiva.
  • Respetar la ley moral es nuestro deber.
  • La intención cuenta: una acción acorde a la ley solo es buena si nace del respeto por la ley moral.
  • Ni siquiera las emociones positivas como el amor o la compasión son bases legítimas para una acción moral.
  • El verdadero libre albedrío es la condición para actuar según la ley moral.
  • El hombre es autónomo, su razón práctica lo convierte en el legislador moral de sus propias acciones, libre de influencias externas como la religión.
  • La libertad y la autonomía de su propia voluntad es lo que le da dignidad al hombre.
  • La filosofía moral de Kant ejerció una extraordinaria influencia en pensadores como Schiller, Fichte, Hegel, Schopenhauer y John Rawls.

Resumen

La ley moral universal

¿Cuáles son los principios que deberían regir las acciones de los seres vivos? ¿Existe una ley moral objetiva? Para responder a estas preguntas, no podemos confiar en nuestra experiencia, pues es subjetiva y está construida a partir de hechos azarosos. Además, nuestra existencia como entes en el mundo de los sentidos está marcada por el egoísmo, con las necesidades, las inclinaciones y los deseos vinculados con este.

“Cuando un ser dotado de razón debe pensar en sus propias máximas como leyes universales prácticas, solo puede pensarlas como principios que no contienen la materia sino la forma, la motivación de la voluntad””.

Una ley moral indispensable y universal solo puede establecerse más allá de las experiencias personales. El reconocimiento de la ley debe surgir a priori, puramente de la razón, es decir, antes de toda experiencia. Solo podemos encontrar una ley moral de este tipo a través de la razón puramente práctica (la que está vinculada con las acciones concretas) que, a su vez, nos brinda la base objetiva para una moral universal, sin la influencia de la experiencia ni de las necesidades e inclinaciones personales.

“Esto significa que la voluntad que solo puede servir a la forma rectora de la máxima es el libre albedrío””.

Nuestra razón práctica nos lleva a los imperativos, es decir, ciertos tipos de instrucciones. Existen dos formas de distinguirlos:

  1. Imperativos hipotéticos – Dictan lo que debe hacerse para lograr determinados objetivos. Se basan en la inteligencia y la destreza. Sin embargo, no pueden ser instrucciones objetivas, indispensables para el accionar de todo ser dotado de razón, pues su significado depende de metas subjetivas que cada persona aspire a lograr. Y, dado que cada persona se fija diferentes metas, los imperativos hipotéticos no pueden ser indispensables ni tener validez universal.
  2. Imperativos categóricos – Estas son instrucciones que no están determinadas por metas subjetivas. Rigen universalmente para todas las personas dotadas de razón y en todas las circunstancias. Son imperativos surgidos de la razón práctica pura, sin la influencia de la experiencia ni de las motivaciones subjetivas, resultantes del egoísmo.

El imperativo categórico

Nuestra razón práctica pura nos muestra que, efectivamente, existe un imperativo categórico que establece una ley moral de validez universal: “Actúa siempre de modo tal que la máxima de tu voluntad pueda ser el principio de una ley universal”. Esta ley moral es formal: nos dice cuál es el principio según el cual debemos determinar nuestra voluntad, pero no nos dice cómo se aplica en situaciones concretas.

“Es decir que la libertad y la indispensable ley práctica se rechazan mutuamente””.

Nuestra razón práctica, en cambio, nos pone con relativa facilidad en la situación de reconocer la validez de este imperativo categórico y de aplicarlo como principio formal en cuestiones morales concretas. Basta con escuchar una sola vez de qué modo juzgan el carácter de las personas quienes no son filósofos y cuáles son los criterios que utilizan para formar su juicio para descubrir que es precisamente la ley moral la que de modo automático y con total naturalidad constituye esta base.

“La máxima del amor propio (inteligencia) solo recomienda; la ley de la moralidad ordena. Sin embargo, hay una gran diferencia entre lo que es recomendable y lo que es obligatorio””.

Esta ley moral, que nos muestra nuestra razón práctica pura, nos exige algo muy importante: los principios que escojamos como base para nuestra voluntad y nuestras acciones deben corresponderse con los principios que todos los seres dotados de razón deberían aplicar para determinar su voluntad y sus acciones si esto sucediera sin la influencia de las necesidades e inclinaciones subjetivas. Lo único que cuenta es la motivación de la voluntad: solo aquello que escogemos como base para nuestra voluntad es lo que establece el valor moral de nuestras acciones. Es decir que depende exclusivamente de nuestra intención. La forma más pura de la bondad moral se expresa en la buena voluntad.

“Solo una ley formal, es decir, una ley que solo prescribe la forma de su ley como la condición obligatoria de su máxima puede ser, a priori, una motivación para la razón práctica””.

Si actuamos siguiendo una ley moral, pero tenemos otros motivos que nos llevan a respetar esta ley, solo estamos actuando de manera legal, no moral. Por ejemplo, podemos actuar correctamente por vanidad o porque esperamos obtener una ventaja. Así, solo cumplimos la letra de la ley, pero no el espíritu.

“Lo esencial del valor moral de cualquier acción depende de que la ley moral haya determinado directamente la voluntad de dicha acción””.

Incluso las buenas acciones surgidas de motivos positivos y respetables, como el amor y la compasión, solo son morales si la única motivación de nuestra voluntad es el respeto de la ley moral. Solo en ese momento actuamos moralmente. Las acciones resultantes de una mezcla de motivaciones subjetivas son, cuanto mucho, conformes a una obligación.

“De toda acción legal que no se ha producido por respeto a la ley misma, se puede decir que solo es moralmente buena por su forma, pero no por su espíritu (intención)””.

La Crítica de la razón práctica nos enseña que es nuestra obligación actuar según la ley moral, con la única motivación de respetar siempre esta ley.

¿Cuándo es moral una acción? Para responder esta pregunta, debemos establecer qué es lo que determina la voluntad de esta acción. Cuando son motivaciones subjetivas, que no han surgido del respeto de la ley moral, las que determinan una acción, esta acción no puede ser moral. Es por ello que, en definitiva, el respeto de la ley moral es el único motor admisible para nuestras acciones.

El postulado del libre albedrío

Como seres mortales, las personas están sujetas a las leyes naturales del mundo de los sentidos, es decir, a la relación entre causa y efecto. Sin embargo, si este mundo de los sentidos fuera lo único que determinara nuestras acciones, no podríamos actuar moralmente. Para poder tener una responsabilidad moral, debemos tener libre albedrío, independientemente del mundo sensorial y de las correspondientes necesidades, inclinaciones o deseos que las originan. Por tal motivo, nuestra existencia no puede estar vinculada exclusivamente con el mundo de los sentidos. Debemos partir de la idea de que en el fondo de nuestro ser también tenemos una existencia en el mundo inteligible, en el mundo suprasensorial de los seres dotados de razón.

“Es decir que el respeto de la ley moral es indiscutiblemente el único motor moral, en tanto este sentimiento no esté orientado hacia otro objeto””.

En vista del hecho de que los hombres muchas veces se ven tan influenciados por sus necesidades, inclinaciones y deseos, que involuntariamente esto también determina sus acciones. Algunos filósofos afirman que solo existe una forma aparente de libertad: somos libres en la medida en que solo seguimos nuestros impulsos internos, pero no los externos. Sin embargo, esta libertad, que se ejerce en función de nuestras pulsiones internas, no es una verdadera libertad. Solo podemos ser moralmente responsables si tenemos la verdadera libertad de crear nuestro libre albedrío en función de la ley moral y sin estar atados a nuestras necesidades e inclinaciones.

“Lograr el mayor bien posible en el mundo es el objeto necesario de la voluntad determinada por la ley moral””.

Nuestra conciencia es la que confirma este estado: no tendría sentido arrepentirse de una acción si en realidad no tuviéramos otra opción más que la de actuar como actuamos en un momento dado. La conciencia y el arrepentimiento significan que tuvimos la capacidad de escoger, que somos libres.

La Crítica de la razón práctica nos indica que debemos respetar la ley moral universal y que, en función de nuestra voluntad, debemos aceptar que tenemos un verdadero libre albedrío. La ley moral y el libre albedrío se condicionan mutuamente: solo a través del verdadero libre albedrío podemos decidir, de forma consciente y en contra de todos los deseo e inclinaciones, que la ley moral será la única motivación válida para nuestra voluntad. Y, quien actúa solo en función de la ley moral, tiene una voluntad verdaderamente libre y autónoma, y en consecuencia las acciones que resultan de esto también son verdaderamente libres y autónomas.

La dignidad humana

Dependiendo de la medida en la que la voluntad y las acciones de una persona se rigen por la ley moral, dicha persona merecerá respeto y obtendrá su dignidad. Un aspecto importante de la ley moral es el hecho de que ninguna persona puede utilizar a otra como medio para un fin. En cambio, debe reconocer a las otras personas como un fin en sí mismo y respetar su dignidad y su libertad.

El mayor bien

Si la voluntad se debe regir exclusivamente por la ley moral y con ello no se debe aspirar a otro fin más que a la observancia de la ley, la ley moral no tiene sentido si su objetivo no es lograr el mayor bien posible. Una realización completa de esto representaría vivir en el mejor de todos los mundos posibles. Por tal motivo, el mayor bien contiene dos cosas: virtud (entendida como la dignidad de ser felices, y respetar la ley es la mejor manera de lograrlo) y felicidad.

El postulado de la inmortalidad del alma

Como seres mortales, nuestra voluntad se rige solo en forma parcial por la ley moral porque, por nuestra naturaleza humana, nos rendimos ante nuestras necesidades e inclinaciones. Si bien estamos en condiciones de adaptar nuestra voluntad cada vez de mejor manera a la ley natural, solo podemos aspirar a alcanzar la perfección, aunque no la logremos nunca.

“En consecuencia, el postulado de la posibilidad de alcanzar el mayor bien posible (el mejor mundo posible) es, al mismo tiempo, el postulado de un bien original: la existencia de Dios””.

La voluntad es una voluntad santa cuando está completamente libre de las necesidades, inclinaciones y deseos carnales, y cuando la ley moral es su única motivación. En esta vida finita no podemos alcanzar ese estado, en el que solo obedecemos la ley moral y ya no nos vemos tentados por el mundo de los sentidos. Es por ello que el esfuerzo por alcanzar la perfección moral y el bien máximo –el mejor mundo posible– solo tiene sentido si podemos aspirar a llegar a esta meta más allá de nuestra vida mortal. Así, uno de los principios de la razón práctica es que todos los seres dotados de razón supongan la inmortalidad del alma.

El postulado de la existencia de Dios

Así como en esta vida jamás podremos alcanzar la perfección moral, tampoco es posible –como lo muestra la experiencia– vincular automáticamente nuestra felicidad con la moralidad de nuestra voluntad. Esto significa que no podemos alcanzar el mayor bien de la virtud y la felicidad por nuestros propios medios, sin importar cuánto nos esforcemos. Y tampoco está en nuestro poder la capacidad de vincular el grado de felicidad con el grado de virtud: el más virtuoso no necesariamente será el más feliz; por el contrario, es posible que su virtud lo vuelva infeliz. Solo nos queda la obligación de respetar la ley moral, en la medida en que esté en nuestro poder hacerlo. Pero, para que esta obligación tenga un sentido duradero, es razonable pensar que existe un creador superior que garantice que la felicidad que experimentamos sea acorde a nuestra virtud. Este creador del vínculo perfecto entre la virtud y la felicidad es Dios.

La creencia en la razón

La Crítica de la razón práctica postula que existe una ley moral objetiva. Ella nos obliga a escoger las máximas de nuestra voluntad de modo tal que al mismo tiempo puedan ser la base para una ley universal, válida para todos los seres dotados de razón. Los postulados de la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son conclusiones que resultan de esto. No se trata de conceptos objetivos, generales y necesarios, pero resulta subjetivamente apropiado para nosotros aceptar su existencia, ya que, de lo contrario, la ley moral no tendría un sentido personal. Por ello, son aspectos de una creencia personal en la razón.

Acerca del texto

Estructura y estilo

Incluso en su segunda crítica –publicada entre la Crítica de la razón pura (1781) y la Crítica del juicio (1790)– Immanuel Kant sigue las costumbres académicas para los trabajos filosóficos propias de su tiempo: el libro comienza con ensayos sobre la analítica y la dialéctica de la razón práctica, y continúa con una breve teoría de la metodología de la filosofía. A diferencia de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), cuyas explicaciones son mucho más sencillas, el tratado sistemático y crítico sobre la filosofía de la moral resulta bastante complicado para el lector inexperto. Sobre todo, la tendencia de Kant a explicar todos los aspectos de una idea, con sus correspondientes críticas y clarificaciones, por medio de intrincadas oraciones, requiere de un esfuerzo mental durante la lectura. Quien, a pesar de todo, se esfuerza por leer el texto con detenimiento, no solo es recompensado con un análisis profundo de uno de los textos más importantes de la filosofía de la moral, sino que también se encuentra con una multiplicidad de frases precisas que brindan sabiduría e ideas profundas con un estilo literario.

Enfoques interpretativos

  • A diferencia de los filósofos anteriores, Kant intenta desarrollar una ética basada en la razón humana y no en principios externos como, por ejemplo, la expectativa de tener una vida feliz o recibir una recompensa en el más allá.
  • Al subrayar su crítica de la razón práctica como la única motivación de la voluntad, Kant hace su aporte a la Ilustración europea en el área de la filosofía de la moral: ya no son la fe ni la religión lo que decide si una acción es moral o no, sino que la razón humana aparece como principio rector.
  • El carácter puramente formal del imperativo categórico hace que el hombre sea el único responsable del contenido de su voluntad y de sus acciones. El imperativo categórico reclama para sí una validez universal, independientemente de las inclinaciones y de los objetivos personales.
  • Con sus postulados sobre la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios, Kant sienta las bases para una fe en la razón, que se diferencia de la fe religiosa en la revelación. En su posterior obra La religión dentro de los límites de la mera razón (1793) profundiza esta teoría.
  • En relación con la razón teórica, en la Crítica de la razón pura, Kant llega a la conclusión de que nuestra capacidad de reconocer el mundo está limitada de manera decisiva por la estructura de nuestros pensamientos. Al mismo tiempo, en la Crítica de la razón práctica, Kant considera que, en el área de la ética, nuestra razón práctica puede llevarnos a conclusiones claras y universales, independientes de nuestra experiencia subjetiva.
  • Se podría criticar que la ley moral de Kant es tan rígida que las personas comunes no están a su altura y que ese es el motivo por el cual el mundo no ha mejorado.

Antecedentes históricos

La ética en la era de la Ilustración

Ya Aristóteles había afirmado que la lógica, la física y la metafísica conformaban una rama independiente de la filosofía basada en la razón práctica. Tras el surgimiento del cristianismo, la teoría moral basada en la Biblia dominó el pensamiento ético occidental durante varios siglos. Recién en los siglos XII y XIII, los pensadores occidentales volvieron a vincular las convicciones teológicas con las teorías aristotélicas y, con ello, retomaron el vínculo con la tradición filosófica de la Grecia antigua. Sobre esta base, en la segunda parte de Summa theologiae (una teoría de la virtud basada en reflexiones racionales), Santo Tomás de Aquino desarrolló los principios éticos universales, es decir, comprensibles incluso para los no creyentes. Sin embargo, estableció que el entendimiento ético más elevado seguía dependiendo de la revelación divina.

En el marco de la Ilustración europea, la ética se vio sometida a desafíos completamente nuevos. Por un lado, científicos como Isaac Newton y Galileo Galilei demostraron que el ser humano es capaz de obtener conocimientos importantes sobre el mundo –terrenal y celestial– haciendo uso de su razón y del método científico. Por otro lado, teóricos del Estado, como Thomas Hobbes, se preguntaban cómo una comunidad social y política debía organizarse. Los empiristas, como David Hume, y los racionalistas, como René Descartes, buscaban establecer principios éticos por diferentes vías. Con el fin de superar la oposición entre el empirismo y el racionalismo, se dedicó sistemáticamente a analizar los alcances y los límites del conocimiento y de la experiencia humana.

Origen

Ser consecuente es el mayor precepto de un filósofo y, sin embargo, es el que hallamos con menos frecuencia, escribió Kant en su Crítica de la razón práctica. Según su propia teoría, en su etapa crítica, empezaba abordando las tres preguntas que consideraba esenciales para el hombre: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? La primera pregunta sobre el conocimiento y los límites y alcances de la capacidad cognitiva del hombre debía responderse con Crítica de la razón pura (1781). Sin embargo, al principio, la obra fue incomprendida. Mientras Kant trabajaba en una segunda edición modificada, en 1785, sentó las bases para responder la segunda pregunta con su Fundamentación de la metafísica de las costumbres y terminó de responderla en 1788 con Crítica de la razón práctica. Al mismo tiempo, con sus afirmaciones sobre la inmortalidad del alma y la existencia de Dios, tiende a responder la última pregunta.

Influencia

En vista de la supremacía que Kant adjudica a la razón práctica sobre la razón pura (especulativa y teórica), es posible suponer que consideraba que la Crítica de la razón práctica era la obra principal de su serie de críticas, que finaliza con la Crítica del juicio, publicada en 1790. Kant también hizo historia en la filosofía con la segunda parte de sus textos críticos. Su imperativo categórico se convirtió en una de las fórmulas más famosas de la filosofía moral. Kant se convirtió en el padre de la ética de la virtud (por su concepto sobre la buena voluntad) y de la ética formal o ética kantiana (solo la ley moral puede decirnos cuál es el principio por el que debe regirse nuestra voluntad). Desde la publicación de su Crítica de la razón práctica y hasta nuestros días, es casi imposible discutir seriamente cuestiones éticas sin incluir el concepto kantiano. A Kant no solo lo leyeron sus contemporáneos, como Schiller, Fichte, Hegel y Schopenhauer, sino que en el 2002 también estuvo en el centro de un curso sobre la historia de la filosofía moral a cargo del fallecido profesor de Harvard John Rawls, considerado la figura más importante de la filosofía moral anglosajona de la actualidad. Sin importar si el tema es ética empresarial o bioética, Kant siempre desempeña un papel clave.

Además de su ley moral, el concepto kantiano de la dignidad del hombre como resultado su libertad y autonomía también logró ejercer una gran influencia: es uno de los elementos de la Carta de las Naciones Unidas y la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, proclamada en el año 2000. Además, el concepto de dignidad humana está incluido en la mayoría de las constituciones nacionales.

Sobre el autor

Immanuel Kant nació el 22 de abril de 1724 en Königsberg (hoy Kaliningrado) y creció en el seno de una familia de escasos recursos. Su educación se vio muy influenciada por las profundas convicciones religiosas de sus padres. Luego de asistir al colegio secundario en una escuela pietista, Kant estudió, entre otras cosas, matemáticas, ciencias naturales, teología y filosofía en Königsberg. Tras la muerte de su padre en 1746, y para poder alimentar a sus hermanos, abandonó la universidad y se convirtió en docente particular para familias adineradas de los alrededores de Königsberg. Gracias a sus contactos con la nobleza, aprendió los modales de la alta sociedad. Al regresar a la universidad, obtuvo un doctorado y se tituló con publicaciones en los campos de la astronomía y la filosofía. Sus clases en la universidad gozaban de gran éxito. A pesar de ello, en 1758 se postuló infructuosamente para cubrir una vacante en lógica y metafísica en Königsberg. Al mismo tiempo, rechazo ofertas de puestos en Jena y Erlangen debido a su estrecho vínculo con su ciudad natal. En 1770 recibió un puesto de profesor en la universidad de Königsberg y, por un tiempo, también fue rector de la institución. Durante sus casi 30 años de trabajo en la universidad, Kant llevó una vida estrictamente regulada. Su rutina estaba planeada con extrema precisión: los habitantes de Königsberg podían ajustar sus relojes a partir del programa diario de Kant. En 1781 publicó la Crítica de la razón pura, la primera de sus tres críticas. Puesto que sus tesis se toparon con la incomprensión y el desdén, en 1787 publicó una segunda edición modificada. En 1788 le siguió la Crítica de la razón práctica y, en 1790, la Crítica del juicio. Mientras tanto, las ideas de Kant lograron imponerse: durante su vida se publicaron más de 200 textos sobre su obra, y hasta los ciudadanos comunes discutían sus ideas en la peluquería. Kant murió en su ciudad natal el 12 de febrero de 1804. Al parecer, sus últimas palabras fueron: “Está bien”.


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