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El contrato social

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El contrato social

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La obra revolucionaria de la filosofía del Estado de Rousseau: la visión de un Estado cuyos ciudadanos renuncian al poder personal para gobernar juntos.


Clásico de la literatura

  • Filosofía
  • Moderno

De qué se trata

Una obra fundamental de la democracia

El contrato social de Rousseau es el proyecto original más avanzado de una constitución radicalmente nueva. Es, a la vez, tanto un tratado teórico como un manifiesto político. De hecho, la idea de que un Estado pudiera concebirse como el resultado de un contrato basado en un acuerdo entre socios con iguales derechos albergaba, en ese momento, una enorme fuerza explosiva. Rousseau desarrolla su visión con brillantez argumentativa y consistencia radical. Se basa en la convicción de que toda persona tiene una dignidad natural, el derecho a la autodeterminación e igualdad, lo que no significa necesariamente igualdad material, sino al menos las mismas oportunidades para el desarrollo. Una forma justa de gobierno solo puede surgir cuando los ciudadanos unen sus fuerzas voluntariamente y a partir de un profundo convencimiento. Este llamado a la libertad y la responsabilidad significó una aguda crítica a las condiciones monárquicas existentes, que se caracterizaban por el poder omnipresente del rey y el apoyo que le brindaba la Iglesia católica. En ese entonces, muchas mentes inteligentes hicieron tales críticas, pero principalmente en el lenguaje intelectual y razonable del racionalismo. Rousseau le dio un tono totalmente nuevo al discurso, al insistir en la legitimidad del sentimiento y unir, por consiguiente, la Ilustración con la emoción.

Ideas fundamentales

  • El contrato social de Rousseau es un texto fundador de la democracia.
  • El autor argumenta que el Estado debe concebirse como un contrato que establecen los ciudadanos libres por su propia voluntad.
  • Esa visión fue revolucionaria y un ataque frontal a lo que el absolutismo entendía por Estado (Luis XIV: “El Estado soy yo”).
  • Así, Rousseau se convirtió en el precursor de la Revolución francesa.
  • Rousseau se anticipa indirectamente al grito de guerra más clásico de “Libertad, igualdad, fraternidad”.
  • El pensamiento central de El contrato social es el convencimiento voluntario: el individuo cede parcialmente sus derechos, poder y propiedad, pero a cambio recibe de vuelta mucho más.
  • Como ciudadano soberano es a la vez gobernante y súbdito y tiene un interés vital en que se tomen decisiones sensatas.
  • Los poderes legislativo y ejecutivo deben estar separados.
  • El principio rector en el ejercicio del poder es la voluntad común, que se determina con ayuda de votaciones.
  • Rousseau exige la subordinación incondicional del individuo al Estado, siempre y cuando sea resultado de la correcta aplicación del contrato social.
  • Al contrario de otros ilustrados como Voltaire, que abogó por un intenso racionalismo, Rousseau promovió el poder de los sentimientos.
  • De esta manera se convirtió en el predecesor del movimiento Sturm und Drang (tempestad e ímpetu) y del Romanticismo y quizá, incluso, de la ecología moderna y los movimientos esotéricos.

Resumen

El objetivo de la investigación

La pregunta fundamental que aquí se trata es: ¿Cómo se puede organizar la convivencia de las personas, el Estado, las leyes y demás, de modo que, por un lado, las personas dejen sus singularidades pero, por otro lado, surjan las mejores leyes posibles? Esta pregunta es importante porque, cuando los ciudadanos tienen derecho a votar, también tienen la obligación de hacerlo.

La familia como germen de la sociedad

Para ilustrar qué tipo de libertad tiene el hombre para organizarse junto con otros en un Estado, se puede utilizar el ejemplo de la familia. La familia es la forma más antigua de sociedad y, al mismo tiempo, la única que ocurre de manera natural. Los integrantes de la familia están unidos por necesidades y obligaciones naturales; los hijos están obligados a obedecer a los padres, mientras que estos están obligados a cuidar a los hijos. Cuando los hijos crecen se vuelven autosuficientes y, al mismo tiempo, los padres también recuperan su independencia, al dejar de ser responsables de los hijos. Si ahora la familia sigue unida, ya no es una cercanía natural, sino voluntaria. Este modelo de acuerdo voluntario también debería ser válido para la sociedad.

Gobierno, esclavitud y el derecho del más fuerte

Algunos autores argumentan que, así como un individuo puede renunciar a su libertad y convertirse en esclavo de un señor, también un pueblo puede despojarse de su libertad y convertirse voluntariamente en súbdito de un rey. El holandés Hugo Grocio, por ejemplo, expresó tales ideas. Del hecho de que el vencedor de una guerra tiene el derecho de matar a los derrotados, estos autores deducen que también tiene el derecho de someterlos a la esclavitud. Sin embargo, este tipo de argumentación debe rechazarse con firmeza. El constructo del “derecho del más fuerte” se basa en un círculo vicioso; de hecho, no existe nada semejante. Porque si el débil cede ante el fuerte, lo hace por pura necesidad, por precaución en el mejor de los casos, pero no por su propia voluntad. Tan pronto como se da el caso de que el poder triunfe sobre la ley, la causa y el efecto se invierten. Puesto que, supuestamente, el más fuerte siempre tiene la razón, todos tratarán siempre de ser los más fuertes. Alguien que es físicamente inferior y se ve obligado a obedecer, no obedece por deber ni por convencimiento. Ambos desempeñan un papel decisivo en la legitimidad. Someterse a alguien más fuerte es una regla sin sentido, porque no puede uno oponerse. Es evidente que el concepto de derecho en combinación con el concepto de poder no adquiere un significado nuevo; la expresión el “derecho del más fuerte” no tiene sentido. Asimismo, es absurdo hablar de cualquier tipo de derecho en relación con la esclavitud; ambos términos son mutuamente excluyentes. Si se mira desde un punto de vista jurídico, la esclavización es un contrato que se establece totalmente a favor de una de las partes y en perjuicio de la otra. Un contrato, que una de las partes puede respetar tanto tiempo como quiera, mientras que la otra debe respetarlo sin intervenir, es simplemente absurdo.

El pacto social

¿Cómo podría verse, en cambio, un verdadero contrato que sirva como fundamento de una sociedad? Se caracteriza, sobre todo, porque las personas que lo contraen renuncian voluntariamente a determinados derechos para ganar otros. Lo decisivo en la sociedad creada por semejante contrato consiste en que es más que la suma de sus partes. Se gana tanto como se cede a los demás, pero también se obtiene una fuerza adicional que solo es inherente a la comunidad. En esencia la condición fundamental del pacto social podría formularse de la siguiente manera:

“Quiero investigar si dentro del orden civil existe alguna regla administrativa legítima y segura, cuando se considera a los hombres como son y a las leyes como pueden ser””.

“Cada uno de nosotros pone juntos su persona y todo su poder bajo la directriz suprema de la voluntad general; y en la sociedad, también recibimos a cada miembro como parte indivisible del todo.”

Este acto de unión implica una obligación tanto del individuo frente a la sociedad como también de la sociedad frente al individuo. Este tipo de comunidad, esta figura pública, creada por la unión de todos, fue llamada polis en la Antigüedad griega; nosotros lo llamamos república.

“El hombre nació libre, y en todas partes se encuentra entre cadenas””.

Este paso tan importante para el individuo lo pasa del estado natural al estado civil. Un cambio que tiene consecuencias importantes: el individuo permite que, en lugar del instinto, la justicia gobierne sus acciones y, de esta manera, se presta a una moralidad de la que antes carecía. Es verdad que con esto pierde su libertad natural, así como el derecho ilimitado a alcanzar sus objetivos personales, pero también gana la libertad civil, así como la copropiedad del patrimonio público y, además, la libertad moral que hace que el humano solo sea dueño de sí mismo. La soberanía que distingue a la comunidad así provista es inalienable e indivisible.

“La sociedad más antigua de todas y la única natural es la familia. Pero los hijos solo se quedan con el padre mientras sea necesario para su bienestar. Tan pronto cesa esta finalidad, el vínculo natural se disuelve””.

El ciudadano de tal Estado es súbdito del Estado y, al mismo tiempo –en su calidad de soberano–, también es el propio Estado. Así, es parte contratante de sí mismo. La reciprocidad de este vínculo implica que, al cumplir su deber, el individuo no puede trabajar para otro sin, al mismo tiempo, trabajar para sí mismo. Aquí, esta construcción se ajusta a la esencia natural del hombre, ya que es natural que todos quieran estar de acuerdo con una situación que beneficia a cada uno en lo personal, así como a los demás.

El ejercicio del poder soberano

El hombre, como miembro de un Estado, se encuentra de nuevo en un doble papel: por un lado, en el de soberano que ejerce el poder en el Estado y, por el otro, en el de ciudadano que está sujeto a la voluntad del soberano. Si el soberano reclama ciertos servicios del ciudadano, este debe proporcionárselos. El soberano no puede agobiar a los súbditos con demandas que perjudiquen a la comunidad. Puesto que las acciones del soberano afectan directamente a los ciudadanos, en circunstancias normales, se garantiza que no se hace nada contra las leyes de la naturaleza y la razón. El ejercicio del poder en tal sociedad no es un acto del superior frente al inferior, sino que hay que imaginarlo como algo similar a la manera en que un cuerpo controla sus miembros individuales, que obedecen voluntariamente las órdenes del cuerpo y que nunca harían nada para lastimarse a sí mismos, al igual que tampoco el cuerpo se los pediría.

La vida y la muerte

La cuestión de la vida y la muerte, es decir, el límite extremo de la validez del poder, está sujeta a las mismas reglas que todo lo dicho anteriormente. El que quiere conservar su vida a costa de los demás, también debe darla por otros en caso necesario. Esto significa que todos deben luchar por la patria si está amenazada, pero nadie tiene que luchar por sí mismo. De esta manera el individuo le devuelve a la comunidad la seguridad que ha reclamado a través de su protección. Este es básicamente el mismo contexto que el de la pena de muerte para los delitos capitales: la protección ante un asesino se basa, entre otras cosas, en que el castigo para este es la amenaza de muerte. Esto significa que uno acepta morir según la ley si llega a convertirse en asesino. Fundamentalmente, esta relación de reciprocidad se basa en la libre voluntad y el convencimiento. Además, hay que tener en cuenta algo fundamental: un alto número de ejecuciones es una señal segura de un gobierno débil.

El objetivo de la legislación

El pacto social tiene el objetivo de mejorar el bienestar de todos los miembros de la sociedad. ¿Cómo se podría expresar más estrictamente este bienestar común? Se trata, sobre todo, de los ámbitos de la libertad y la igualdad. La libertad del individuo es indispensable, porque las dependencias individuales le quitan energía al organismo estatal. La igualdad es igualmente indispensable, porque sin ella, la libertad no perdura. Sin embargo, la igualdad no significa que todos posean exactamente lo mismo o que tengan exactamente el mismo poder, sino que cualquier tipo de poder renuncia a recurrir a la violencia y la posesión y solo se ejerce sobre la base de las funciones de la ley. Esto supone de nuevo que los propietarios deben restringir la influencia económica y sus recursos financieros en este sentido, mientras que, al mismo tiempo, exigen que los menos acomodados moderen su envidia y su avidez.

La separación de poderes

La persona y la función de legislador se caracterizan por una contradicción fundamental: el legislador desempeña el cargo más importante de la república, y solo a través de él se convierte en república. Debe disponer de algún tipo de razón superior y de una fuerza y sabiduría idealmente sobrehumanas, pero no debe tener ningún poder que pueda ejercer. La función del legislador y el ejercicio de la ley deben estar estrictamente separados. En muchas ciudades griegas de la Antigüedad, era costumbre encomendar a los extranjeros la elaboración de las leyes. Y la antigua Roma experimentó una tiranía cada vez más dura cuando los poderes legislativo y ejecutivo se unieron en una misma persona.

Los tipos de leyes

Básicamente se deben distinguir tres tipos de leyes:

  1. En primer lugar, la que regula el gran conjunto es la constitución del Estado, es decir, sobre todo, la relación del soberano con el Estado. Este tipo de leyes se llaman leyes estatales o fundamentales.
  2. Después, hay que regular la relación recíproca entre los ciudadanos individuales. El ciudadano individual debe vivir con la mayor independencia posible de todos los demás ciudadanos, pero, al mismo tiempo, con la mayor dependencia del Estado. Estas dos relaciones son mutuamente dependientes, porque solo cuando el Estado es fuerte puede garantizar la independencia de todos sus miembros. Estas son las leyes civiles.
  3. El tercer tipo de leyes es el que regula la reacción al desacato a la ley, así que la desobediencia se responde con el castigo; estas son las leyes penales. Estas pueden verse menos como algún tipo de leyes aparte que como la confirmación de todas las demás.
“El más fuerte nunca es lo suficientemente fuerte para dominar siempre si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber””.

Pero luego hay todavía un cuarto tipo de leyes y, en cierto sentido, este es más importante que cualquier otro. No está en los libros de leyes, sino en los corazones de los ciudadanos. Surge de la opinión y la discusión libres de los usos y costumbres, del hábito y la vida cotidiana. Debe confirmarse de nuevo todos los días y constituye la verdadera alma del Estado. Y si todo funciona bien, con el tiempo se reemplaza imperceptiblemente el poder del Estado con el poder de la costumbre.

Unanimidad y mayoría

El pacto social, por su naturaleza, debe ser aceptado por unanimidad. Cualquier otra cosa sería absurda en un contrato cuya característica constitutiva es la libre voluntad. Por supuesto, no se puede descartar que haya quienes se opongan a los términos del pacto social; sin embargo, estos no invalidan el contrato, sino que solo consiguen no participar en él: permanecen ajenos.

“Renunciar a su libertad significa renunciar a su calidad humana, a los derechos humanos e incluso a sus deberes. Para el que renuncia a todo, no hay compensación posible. Semejante renuncia es incompatible con la naturaleza del hombre””.

Una vez que se establece el pacto social, debe quedar claro que, en el futuro, el voto de la mayoría es obligatorio para todos los demás. Se podría preguntar ahora: puesto que el humano es libre, ¿cómo puede verse obligado a acatar la opinión de la mayoría? La respuesta debe ser que la cuestión crucial no es si una ley está de acuerdo con la voluntad propia, sino si concuerda con la voluntad general. Lo que la voluntad general es se deriva del número de votos emitidos en una cuestión determinada. Si un individuo es derrotado en esto, solo significa que estaba equivocado en su apreciación de lo que la voluntad general tiene sobre la cuestión tratada.

Acerca del texto

Estructura y estilo

El contrato social de Rousseau es un gran éxito tanto en términos de contenido como de estilo. La fuerza pura y la grandeza filosófica de sus ideas fundamentales, su potencia lingüística, las metáforas adecuadas, la agudeza analítica y los razonamientos lógicos contribuyen, sin duda, al tremendo efecto que ha desplegado el libro a lo largo de muchas décadas. Pero lo más impresionante es la manera en que Rousseau simplemente da por sentadas ciertas cosas; por ejemplo, el principio de igualdad entre las personas, el derecho a la autodeterminación y el desarrollo de sus talentos naturales, el principio de que un acuerdo libre entre iguales es lo que más beneficia a todos. Su capacidad de persuasión se basa en que sus argumentos parten de una actitud moral clara y sabe presentarlos convincentemente. La estructura del contenido es la siguiente: consiste en cuatro “libros”, cada uno de los cuales consta de solo unas pocas docenas de páginas; cada libro contiene de nueve a dieciocho capítulos que, en parte, apenas abarcan más de una página. Una ventaja de esta estructura fragmentada es que los capítulos provistos de un título (“Del estado civil”, “Del dominio real”, “Del legislador”, y demás) facilitan la claridad. En cambio, los defectos y las contradicciones formales menores tienen menos importancia. En los libros tercero y cuarto, Rousseau recurre con mayor frecuencia a ejemplos históricos de la Antigüedad griega y romana para fundamentar sus argumentos. Estas digresiones dominan considerablemente algunos capítulos, mientras que otros son más teóricos.

Planteamientos de interpretación

  • La filosofía del Estado de Rousseau es radicalmente democrática: para él, el pueblo es inamoviblemente el soberano y no admite ningún gobernante no legitimado. Pero el individuo solo cuenta en la medida en que se somete al bien común, el cual reconoce gracias a su razón y convencimiento. Sin embargo, es muy cuestionable si esto funciona en la realidad, porque muchas personas persiguen evidentemente sus propios intereses, incluso si estos se oponen al bien común.
  • Rousseau era un filósofo de la Ilustración, pero en un punto crucial se diferenció de algunos de sus colegas como Voltaire o Diderot: al insistir en la legitimación de los sentimientos, Rousseau se opuso a la forma prevaleciente de la Ilustración, que estaba muy influida por el pensamiento racional y determinístico. Hoy día sería cuestionable si, en el debate intelectual, se tomara en serio a alguien que apostara a los sentimientos.
  • Algunos críticos se quejan de que Rousseau no tenía un concepto político claro, pero esa no era su intención. No previó la revolución que ocurrió en Francia después de su muerte, y le habría repugnado el derramamiento de sangre. Rousseau no era un revolucionario, estaba más interesado en un análisis que en la conducción política.
  • La cuestión de qué tan grande debe ser el poder del Estado sobre el individuo generó la crítica más dura hacia Rousseau. Porque el poder de disposición del Estado, que Rousseau presenta con el argumento de que corresponde a la voluntad del público general y, por consiguiente, al deseo del individuo, contradice el derecho a la libertad.

Antecedentes históricos

La Ilustración en Francia

La forma predominante del Estado en la Europa de los siglos XVII y XVIII era la monarquía, que a menudo existía con una manifestación más o menos absolutista. Muchos gobernantes consideraban su país, en gran parte, como una medida disponible para sus ambiciones personales; la famosa frase de Luis XIVL’état, c’est moi!” (¡El Estado soy yo!) refleja perfectamente esta visión. Pero a mediados del siglo XVIII, las voces críticas, que no estaban contentas con el gobierno del rey, se hicieron cada vez más fuertes en Francia. Mientras que Luis XV mantenía una corte ostentosa y una burocracia inflada, y se involucraba además en costosas aventuras de política exterior, el Estado estaba prácticamente en bancarrota. Los poetas y los filósofos intensificaron el debate intelectual y exigieron reformas políticas. También aumentó la crítica respecto al poder de la Iglesia católica, que apoyaba incondicionalmente a la monarquía. Pero el compromiso público también significó siempre censura, represión y peligro. Los intelectuales e ilustrados populares como los “enciclopedistas” Denis Diderot y Jean-Baptiste d’Alambert estuvieron prácticamente siempre con un pie (y a veces con dos) en la cárcel. La voz más poderosa de la Ilustración fue Voltaire mientras vivió.

Origen

Rousseau desarrolló las primeras ideas sobre los temas que expuso en El contrato social durante su estancia en Venecia en 1743. La obra en sí se produjo durante la fase más prolífica de Rousseau en Montmorency, donde encontró refugio desde 1756 hasta 1762. Cansado de las luchas políticas y las constantes persecuciones, así como de sus querellas privadas, dejó que la odisea de su vida viniera aquí a tomar un breve descanso. En el lapso de unos pocos años, escribió algunas de sus obras más influyentes; además de El contrato social, surgieron, sobre todo, la novela de amor trágica-sentimental Julia, o la nueva Eloísa y la novela de desarrollo Emilio, una especie de libro de texto en forma de narración biográfica. Así, en poco tiempo, Rousseau entregó al público tres obras totalmente diferentes que, a primera vista, no tenían nada que ver entre sí y, sin embargo, eran variaciones de un mismo mensaje: el hombre no solo consta de inteligencia, sino también de emociones; nació libre y con la capacidad de autodeterminación; y si quiere preservar su dignidad, debe poder desarrollar estas disposiciones.

Historia de la influencia de la obra

El contrato social de Rousseau es uno de los escritos políticos más influyentes de todos los tiempos y tal vez solo superado en su efecto por el Manifiesto comunista, que data de casi un siglo después. El texto fue prohibido inmediatamente después de su publicación, lo que no perjudicó su efecto. La variada influencia de Rousseau se extendió hasta el siglo XX y es mucho más fuerte que la de su contraparte Voltaire, que fue mayor que la de Rousseau durante su vida. Las ideas de Rousseau sobre la educación influyeron en Johann Heinrich Pestalozzi y otros reformadores pedagógicos. Asimismo, sus ideas políticas lo convirtieron en uno de los precursores más importantes de la democracia moderna, así como del socialismo y dejaron marcas, entre otros pensadores, en Karl Marx. La vigorosa insistencia de Rousseau en el poder de los sentimientos funcionó, sobre todo en Alemania, como una chispa inicial para el surgimiento del Sturm und Drang y del Romanticismo. Influyó en Immanuel Kant, Johann Gottfried Herder, Johann Gottlieb Fichte y Johann Wolfgang von Goethe –cuya obra Las penas del joven Werther se creó bajo la impresión de Julia, o la nueva Eloísa–, pero sobre todo influyó en Friedrich Schiller, que procesó en forma dramática muchas de las ideas de Rousseau.

En particular, El contrato social ha demostrado tener una influencia perdurable. La obra es, al mismo tiempo, un tratado político teórico y un manual para la educación de una sociedad republicana y radicalmente democrática, una utopía en el momento en que se escribió. Probablemente Rousseau no intentaba ni esperaba una aplicación concreta de sus ideas; la violencia de la Revolución francesa seguramente lo hubiera horrorizado. Sin embargo, mucho de lo que se discutió entre las mentes políticas de la época lo expresó él con tanta claridad y agudeza que el efecto fue tremendo. Para la Asamblea Nacional de París de la época revolucionaria, El contrato social constituyó una especie de manual; incluso el lema revolucionario “Libertad, igualdad, fraternidad” remite directamente a esta obra. Asimismo, tanto en la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) como en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 de la ONU, todavía se percibe el espíritu de Rousseau. Algunos incluso consideran a Rousseau como el antepasado del movimiento ecológico y de la mayoría de los movimientos esotéricos.

Sobre el autor

Jean-Jacques Rousseau nació en Ginebra el 28 de junio de 1712 en el seno de una familia protestante de origen francés. La madre falleció poco después de su nacimiento; el padre, un relojero predispuesto a las fantasías, se preocupaba poco por su hijo y, finalmente, se lo confió a un pastor. Aunque Jean-Jacques no fue a la escuela, aprendió a leer muy pronto y se convirtió, primero, en aprendiz de un grabador y, más tarde, en escribano del tribunal. A los 16 años se fue a correr mundo y, en Saboya, se alojó con la devota madame de Warens, quien influyó normativamente en él y lo convirtió al catolicismo. Rousseau empezó a estudiar en un seminario y con un maestro de música, pero interrumpió ambos estudios. Más tarde se mudó a París, donde vivió con escasez como preceptor y copista de partituras. Frecuentaba los círculos intelectuales y se lio con la sirvienta Thérèse Levasseur, con quien se casó 23 años después. Los cinco hijos que tuvieron fueron entregados por la pareja a un orfanatorio. Durante una breve estancia en Ginebra, recuperó la ciudadanía de la ciudad que había perdido anteriormente. Al mismo tiempo, abjuró del catolicismo. Rousseau se hizo de un nombre mediante sus escritos de teoría social y, entre 1756 y 1762, escribió sus obras más exitosas e influyentes como Julia, o la nueva Eloísa (1761), Emilio o De la educación (1762) y la obra de filosofía del Estado El contrato social (1762). El Parlamento de París prohibió el Emilio por sus puntos de vista heréticos; en Ginebra, quemaron el libro junto con El contrato social. Rousseau, que finalmente rompió con los escenarios intelectuales parisinos y sufría cada vez más de manía persecutoria, reanudó el vagabundeo. Se detuvo en Suiza, Prusia y, por invitación de David Hume, Londres, para finalmente regresar a París bajo el nombre falso de Renou. En 1778 fue huésped del marqués de Girardin en el castillo de Ermenonville, donde murió el 2 de julio. En 1794 sus restos fueron trasladados al Panteón de París.


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